Aún existen pequeños puntos del mapa geográfico de ciertos países en los cuales el mero hecho de hacer algo tan sencillo como pasear por sus calles puede suponer la muerte. En mi viaje a Camboya puede comprobar de primera mano cuántas personas habían sufrido la pérdida de la vida de algún familiar o la desgracia de haber sido mutilados de brazos, piernas o rostro caídos en la desgracia por haber plantado pie encima de una mina anti-personas, olvidados rescoldos de tantos años de guerra. Los conflictos como es sabido, nunca acaban tras un acuerdo de paz con una victoria o con la capitulación, éste se prolonga a lo largo de años y de alguna generación incluso y no se trata ya de cuestionar aquellos efectos que producen las secuelas psicológicas, sino de todo residuo u objeto de guerras pasadas que no se han retirado ni eliminado adecuadamente una vez acabado dicho litigio, prevaleciendo por ello el latente peligro para inocentes criaturas que desconocen su origen o existencia. En muchas ocasiones me surge la duda de si he de tener mayor miedo a la muerte o al odio que envuelve al ser humano, pues la primera te arrebata la vida y tras ello poco queda, pero lo segundo te puede hacer vivir bajo la agonía y el pánico durante el resto de los días que perdure la vida.

"Campo sembrado de minas, suelo de un pequeño infierno."

“Los valores bajo los que se sustenta nuestra sociedad nacen del materialismo puro. El pragmatismo y los intereses materiales son la única y fundamental ambición en torno a lo cual todo gira. Las imperfecciones en el comportamiento y las pautas del ser humano son la consecuencia extrema de asociar hedonismo y materialismo y esto es lo que analiza ésta serie de obras.”