El cronómetro computa desmigajando pequeñas partículas de nuestra vida. Con cada pausa, con cada momento de remembranza y cada mirada de regresión vemos que nos advierte e instruye acerca de cómo el paso de los días no ha de ser considerado un mero trámite con el que formalizar y satisfacer las largas horas de una jornada de trabajo. Esta dimensión cruel, impasible y despiadada no otorga tregua, apenas la excepción de nimios instantes en los que nuestra mente es capaz de esfumarse con destino a lugares insondables en cuya huida permite eximirse de ataduras y mordazas experimentando momentos en los que el tiempo parece levitar. Pues sí, así es, existen protuberancias en el espacio que el tiempo es incapaz de sondar, al cual sus tentáculos no logran alcanzar y oculto entre esos recónditos parajes incoloros, desubicados e impersonales nuestro cuerpo se vuelve liviano y tenue en tanto que la mente se recrea etérea y sutil en sana libertad. Son fugaces instantes gratos y amables, casi celestiales que se acompañan de multitud de recuerdos lejanos, tanto que aparentan haber sucedido en períodos de otra vida, pero que visto desde la óptica y la corta longevidad humana resultan tan exiguos períodos de tiempo que apenas se dejan relamer. Toda edad resultará insuficiente, toda suma de años a pesar de ser un logro siempre sabrá a poco, todo lo que uno haga, todo lo que se haya vivido se resolverá escaso si ha resultado fructífero e intenso.

"Ese maravilloso lugar o posición indefinida bautizada como el limbo, que ni demanda ni reivindica atención, en el que todo pasa por ser insustancial"

“Quietud y Flema” es parte del título de una serie secuencial de obras que son una pretendida apuesta por romper con el global de la obra de este autor, en su conjunto dinámica, incesante y de una agitación extrema, tal y como no podía ser de otra manera tratándose de un fiel reflejo del imperante modo de vida en el que se desenvuelve. Un remanso de paz en el que parece reconciliarse con el resto de la humanidad."